sábado, 8 de junio de 2013

TROFEISMO

Acepción sin asiento en nuestro diccionario de la Real Academia pero de uso común en estos foros, indicativa de la fijación u obsesión por la puntuación del trofeo o su catalogación según las normas de homologación. Antónimo de los pilares de la verdadera afición, y contrario a las concepciones esenciales de la acción cinegética, cobra actualidad en nuestra competitiva sociedad. No es que vaya a aportar nada nuevo de un tema sobre el que se ha escrito bastamente pero, por cuestiones que no vienen al caso, en mi experiencia personal cobran especial actualidad y me apetecía compartir estas reflexiones con cualquier incauto lector.

 Todos soñamos con las fotos de trofeos excepcionales que inundan la red y que, a la postre, terminan ilustrando los “programas” del orgánico de turno que, a modo de cebo, tenta las debilidades del buen aficionado, que ávido de ilusiones y de flaca memoria, reincide una temporada tras otra en lo que algunos han convertido un floreciente negocio. Como digo, a todos nos gusta abatir la pieza excepcional (el que pueda) Presumir de trofeo es casi más antiguo que la propia afición. El trofeo, como su propia definición prescribe (“monumento, insignia o señal de una victoria”) es precisamente eso, una victoria y, por ende, honra al que lo consigue y a la propia pieza abatida. El error, desde mi punto de vista es pretender medir (entiéndase la expresión en el peor de sus sentidos) el lance a través de una puntuación que, dicho sea de paso, obedece a criterios con los que, en la mayoría de los casos, no estoy de acuerdo por no atender a parámetros conocidos para mí (no sé porque es mejor un corzo menos poroso o un jabalí con navajas más anchas por ejemplo).


 La elección del animal, el lance en sí mismo, el momento del tiro, el abate, el rito que termina con la muerte del animal, son todas cuestiones tan íntimas del cazador y que solo deben ser sometidas a examen desde ese punto de vista, y eso no se mide con puntos o centímetros. Cada uno debe ajustar cuentas con su conciencia y los detalles que solamente el cazador en primera persona conoce.

 No es preciso, por cuestiones obvias, remitirme a las manidas reflexiones en torno a las granjas o cercones que adulteran la actividad cinegética en su integridad (caso de que sostengamos que esto pertenece a nuestra afición). Éste es un ámbito en el que impera el trofeismo en estado puro y la perversión de la actuación de organizadores y participantes se centra en el peso, puntos y centímetros como si así se pudiese discernir el buen cazador del menos hábil. Cuando el guion está tan claro y el final se conoce de antemano, los alicientes descienden a ritmo exponencial.

Si al tema le añadimos la variante de que el mejor trofeo no se corresponde necesariamente con el animal más viejo, más astuto o de más dificultad en abatir, la ecuación resulta aún más clara contra el referido trofeismo.

Evitemos por tanto deducciones facilonas en torno a algo tan excelso y complejo como nuestras actuaciones cinegéticas con minusvaloraciones a partir de la calidad de un trofeo cuyo trabajo para obtenerlo responde a cuestiones de difícil “homologación”. Un abrazo

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