viernes, 19 de noviembre de 2010

LA MIMBRE 13 DE NOVIEMBRE 2010


¿POR QUÉ VAMOS DE MONTERÍA?
Esta es una pregunta que cada vez nos repetimos más (los precios, los “barrigazos”, la alternativa de los recechos,…) y , sin saber porqué, cada temporada acudimos con puntualidad al sonido de las caracolas. El motivo lo tengo bastante más claro desde el sábado pasado cuando, junto con mi padre, viví uno de mis días de campo más felices y completos.
El puesto puede ser el más bonito que he tenido en mi vida: barranco de la Mimbre en Upa, lindando con el mítico “Cerro Enmedio” con un costerón delante, otro detrás y dominio de los tiraderos de hasta tres puestos más arriba: ¡ESPECTACULAR!
Nada más sentarnos (mientras nos poníamos vimos escurrirse tres venados y dos ciervas) y entre un goteo incansable de tiros, aparece por nuestra espalda el primer venado. La distancia me hizo confundirlo con una cierva hasta que lo metí en el visor (“es un macho”). Tuve suerte de engancharlo en un jamón creo que en el cuarto tiro y facilitar que el vecino del número 6 nos lo rematase. No empezamos mal.

A la media hora (seguía el tiroteo circundante) confundidos por el ruido de un vareto en el corono de enfrente que nos había tenido entretenidos un rato, otro venado, cae en el tercer tiro de certero impacto en el codillo (diez puntitas y un poquito más aparente que el primero).

Casi sin tiempo para cargar, un poco más bajo pero a una distancia considerable, un guarro. El primer tiro lo derriba y lo hace rodar unos veinticinco metros y ya en el suelo lo rematamos con un segundo disparo. Resultó ser una guarra pero la boca no desentonaba:

La mañana se nos había pasado volando y los deberes hechos; con la percha que llevábamos los dábamos por satisfechos. Nos entraron los perros monteando de forma espectacular de derecha a izquierda por la costera de enfrente, salvando casi de milagro los lanchares de piedra que cortaban el cerro y nosotros disfrutando al ver cómo mordían las reses abatidas. De repente, a la altura del número 6, un inconfundible latido nos puso en alerta con la ilusión de que hubiese una res “aplastada”. Efectivamente, tras la algarabía inicial y un fuerte arrollón de monte: SU MAJESTAD EL MACARENO.
La voz del perrero, como suele ser habitual, fue bastante expresiva (“vaya peaso de guarro”). Según me contó después, nada más levantarse de la cama se sacudió dos veces antes de mirar con indiferencia a los cuarenta perros que había en la rehala.
Dio dos vueltas a una mata y despistó a toda la rehala; a continuación lo empezamos a seguir por el testero de enfrente. Larguísimo para disparar y en el tiradero del vecino, no se me ocurrió apretar el gatillo hasta que, viendo que el número 6 no tiraba, el aparato ponía rumbo a Navahonda sin pasar por nuestro puesto (la silueta con el rabo levantado son de las que no se olvidan). El impacto de la bala, seguramente alto, hizo que pegase un tornillazo y lo dirigiese como un resorte a nuestro puesto. Mientras cruzaba el regajo nos dio tiempo a prepararnos esperando su aparición en el cerro de enfrente. Dicho y hecho, en un pis pas el guarraco puso la proa dirección al Cerro Enmedio sin advertir si quiera nuestra presencia. A buen ritmo pero pareciendo no importarle el ruido de los perros que le seguían se puso a tiro. Como en los mejores lances taurinos, el temple (ese lo pone mi padre) y el dejarlo llegar a su sitio facilitan la faena, la bala hace el resto. Tras el estruendo (los frenos de boca me acabarán dejando sordo) la mole se desploma y rueda más de cincuenta metros hasta el regajo.
Los cuatro perros valientes que lo seguían se tiraron detrás y no dejaban de latir; no dudé en asomarme (le había visto en el visor blanquear las navajas y la ilusión podía conmigo). El espectáculo estaba servido: aculado en el agua algo aturdido por el porrazo (rodó como una pelota por el cortado hasta el agua) y con la pérdida de sangre, hacía lo posible por acumular fuerzas para hacer cara a los canes. Os dejo uno de los videos.

Al final, otro año más –ya van dos seguidos en UPA-, el mulo y “parrriba” (os ahorro la que pasé con el arriero para sacar de allí el guarro).

Si es satisfactorio un día como el que os cuento, qué puedo decir si además lo rematamos con un buen guarro y, sobre todo, con el mejor socio de montería que se puede imaginar: mi padre.


Un abrazo a todos

2 comentarios:

Unknown dijo...

Javier , vaya disfrute ¡¡¡.
Bien contao,parece que estábamos allí.
Un abrazo, me alegro mucho .
Antonio robledo

Anónimo dijo...

Gracias don Antonio. Nada que ver con tus hazañas pero se hace lo que se puede.

UN abrazo fuerte para tí